Hermanos y hermanas, orar -según el Catecismo de la Iglesia Católica- es ponerse mental y anímicamente ante la presencia de Dios, ya sea espiritualmente o ante el Santísimo Sacramento del Altar, en donde nuestro Señor se dona con toda su presencia: cuerpo, sangre, alma y divinidad. En algunas ocasiones es iniciativa del hombre, que por su vulnerabilidad tiene conciencia de su relación y dependencia con su Creador y se acerca para adorarle, suplicarle, interceder, venerar o agradecer y en otras es iniciativa de Dios, que se revela y sale al encuentro interpersonal con sus criaturas para encomendarles la misión de evangelizar, fortalecerlas, iluminarlas y salvarlas. Recordemos algunos hechos bíblicos en donde podamos apreciar los distintas formas de oración, iniciando con el día de Pentecostés, en el cual, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, “reunidos en un mismo lugar”, lo esperaban “perseverando en la oración con un mismo espíritu”. El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, será también quien la instruya en la vida de oración y comunión como podemos constatarlo a lo largo de la historia, hasta nuestro presente y proyectado al futuro de las nuevas generaciones. En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes “acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”. Tal como lo hacemos ahora en misa, en la hora santa o en otras tantas formas de rendir culto al Señor. Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía. Las oraciones que recitamos son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en la sagrada Escritura, pero las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir de su cumplimiento en Cristo. El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales. Las formas de la oración, tal como las revelan los escritos apostólicos canónicos, siguen siendo normativas para la oración cristiana.
Miguel Angel Rosas Betancourt